—Ya saben sus mercedes que a mí me gusta hablar al chile pelón, digo, ¿cómo se dice pa’ que no se ofenda naiden?
—Bueno hablar con la sinceridá esa, pero lo que quero que me entiendan es que no son ajiguraciones míyas lo que he vido y sentido. Toy inpuesto a andar de noche ayí, sin que naiden me asuste. Ya ven astedes que por varios días dejan muertos en el cuarto del descanso, todos tasajeados, feyos de mucha fealdá, eso mientras llega el práctico a dicir de qué se murieron, onque siempre me pregunta a mí.
—De noche o de día, toy acostumbrao a andar en el pantión, he mirado y oyido cosas que a munchos espantaría, pero lo que sí me llena el banduche de piedritas, es que otros se queran burlar de mí cuando ando trabajando.
—Y, ¿cuál es la burla que dice?-, preguntó uno de la Asamblea al sepulturero que se entretenía en darle vueltas y vueltas al ala de su viejo y encalado sombrero.
—Pos’ es que de mañana o tarde, cuando ando por ayí trabajando, un gracioso se hace pasar por muerto y se anda paseando del mausoleo de los Escobedo a la capilla. Nomás se le ve la sombra, por lo que pienso que se pone una sábana así como café pa’ molestarme.
—¿No cree que sea un difunto? ¿Un espíritu?
—¡No siñor! Los espíritus nada tienen qui andar haciendo de diya. P’a ellos se hizo la noche. Yo lo que pido es que manden un gendarme a espantar al burlón ese.
—Oiga, ¿y desde cuando ha visto esa sombra que dice?
—Pos mire, ya tengo tiempo trabajando en el pantión, pero endenantes naiden me molestaba, esa sombra empezó a verse como de octubre del año pasado, de 1882. Y ora’ es casi de diario. Nomás volteo pa´l rumbo que le digo, y aí’ ta la sombra esa, a veces crioque se me ajigura como un monje. Y hasta me hace gestos, como si me señalara la capilla…
—Entonces, la sombra es persistente…
—No jefe, no es pestilente, cuando me acerco no güele a nada raro, no es pestilente.
—Per.. sis… ten.. te… persistente, que dura por mucho tiempo.
—Po’s mire, el malvado bromista ese, ya me tiene hasta la madre y un díya que lo agarre cerquitas, le suelto un palazo y si lo mato o le hago algo, sobre aviso no hay engaño…
—A partir de mañana te vamos a enviar un gendarme que esté desde las seis que abras el camposanto… y que se vaya cuando cumpla su turno-. Dijo riendo don Pedro Cabrera, que era el jefe de la asamblea municipal de Jerez.
Y dicho y hecho, a partir del siguiente día, un agente de la policía se presentaba en el panteón, pero aburrido de no hacer nada ni ver nada, mejor se iba al río chiquito, al barrio del Rescoldillo donde se entretenía chacoteando con las mujeres que iban a lavar su ropa.
La sombra, se siguió apareciendo, y el panteonero se resignó y ya no le hizo caso. Dicen que por muchos años se veía la sombra, que no era ocasionada por un burlón. Y que hacía señas desde el mausoleo de los Escobedo hasta la capilla de Dolores.
Cuando hace pocos años, se hicieron restauraciones de varios mausoleos, se encontró el cadáver de don Jesús Escobedo Silva, vestido con una túnica café de penitente, y su cuerpo viendo hacia el oriente. De inmediato quienes conocían la leyenda de la sombra, lo relacionaron con ella.
El cronista adjunto, Héctor Manuel Rodríguez Nava nos ofrece datos sobre su biografía:
Don José Sóstenes de Jesús Silva, nació el 9 de abril de 1813 en Arroyo seco de arriba, bautizado en la iglesia de San Juan, en Tepetongo el 29 de abril del mismo año.
Cuando Josefa Zuaso Félix enviudó del capitán José Brilanti Bezzi, se casó con ella el 10 de junio de 1835, con lo que los Brilanti Zuaso se convirtieron en sus hijastros.
Fue prefecto de Jerez, en varias ocasiones. El 8 de noviembre de 1853, aprovechando la ausencia del sacerdote encargado del santuario que había salido a perseguir a los apaches que andaban por Los Juárez, ordenó tumbar la barda de la huerta de la virgen, cosa que fue bastante desaprobada por la autoridad eclesiástica. Aunque hizo su reconciliación con la iglesia, al darle mantenimiento al derruído templo del camposanto, al parecer la iglesia nunca lo perdonó.
Murió el 14 de septiembre de 1882 y fue sepultado en gaveta que se le concedió gratuitamente por los servicios otorgados al municipio. Dicen los que saben, que como fue enterrado sin el perdón de la iglesia, su sombra se aparecía regularmente señalando la capilla que con sus recursos reconstruyó, quizá con la esperanza de que algún acomedido rezara por su alma.
Autor: Inge Luis Miguel Berumen Félix
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